La Gracia de Dios te dio el puntaje perfecto

No me pregunten cómo me enteré de todos estos detalles, porque no pienso abrir la boca. Los periodistas, como todo el mundo sabe, no revelamos nuestras fuentes. La historia comienza así: en mi barrio falleció el pastor Beto, un hombre muy querido. Fue sepultado con todos los honores, y para descansar en paz le asignaron una elegante tumba de mármol de Carrara. Pero la verdad es que él ya no estaba allí. Su espíritu había partido al Cielo.

 

Al llegar, lo recibió con una sonrisa amable el “portero oficial”: nada menos que Pedro, el apóstol.
—Bienvenido, amigo —le dijo—. Antes de que pueda ingresar, necesito hacerle unas preguntitas.
Beto tragó saliva.
—Esto es muy sencillo —explicó Pedro—. Usted me va contando lo que hizo en la Tierra a favor del Reino de Dios, y yo le voy asignando puntos a cada acción. Solo necesita llegar a diez mil puntos para que le abramos las puertas de la eternidad de par en par.
—¿Diez mil puntos? —balbuceó Beto, ya empalidecido.
—Comencemos —dijo Pedro, con un gesto de ánimo.
—Bueno… yo fui pastor de una iglesia en un pueblo… no muy grande. Teníamos 87 miembros. Contando los chicos, éramos 97.
—¡Hermosa labor la pastoral! —asintió Pedro—. Un punto.
—¿¡Un punto!? —Beto se desfiguró.
Pero respiró hondo y siguió:
—Con mi esposa fundamos un comedor comunitario. Alimentábamos a gente del barrio… todos los días.
—La solidaridad, fundamental. ¡Un punto más!
Beto empezó a transpirar frío, pero decidió no rendirse:
—Fui elegido presidente de la Comisión de Obras Públicas del barrio…
—¡Compromiso social! ¡Un puntito más!
La presión le bajaba por segundos, pero continuó enumerando:
—Oraba mucho… de madrugada… y también ayunaba...
Pedro sonrió. —¡La oración! ¡Qué importante! Otro punto.
Beto ya no sabía si reír o llorar. Al borde del colapso, se animó a decir lo que le salía del alma:
—Mire, San Pedro… yo sinceramente creí que con haber aceptado a Cristo como mi Salvador ya estaba todo hecho…
—¿¿CÓMO DIJO?? —preguntó Pedro, inclinándose levemente hacia él.
—Que… que...pensé que con la fe en Cristo ya tenía entrada directa al Cielo —susurró Beto, con un hilito de voz.
¡¡¡DIEZ MIL PUNTOS!!! —gritó Pedro con alegría, mientras le abría de par en par las puertas del Paraíso.
Tomó una enorme Biblia y, guiñándole un ojo, le leyó a Beto en voz alta:
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; NO POR OBRAS, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
 
A veces, sin darnos cuenta, empezamos a creer que nuestras buenas obras nos harán “merecer” el Cielo. Pero la Biblia es clara: la salvación no se gana, se recibe. Es un regalo inmerecido que solo se obtiene por la fe en Jesucristo.
Claro que las buenas obras son valiosas… pero no para entrar al Cielo, sino como fruto de que ya somos salvos. Como una forma de decirle “gracias” al Señor por lo que ya hizo por nosotros.
Así que la próxima vez que hagas algo bueno, no lo sumes como puntos. Sonreí… y recordá que la Gracia de Dios ya te dio el puntaje perfecto.
 
Por Marcelo Laffitte

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