Muchas veces los cristianos, bloqueados por el orgullo, somos incapaces de pedir a otro hermano que ore por nosotros porque no andamos bien... El orgullo -que es la cara contraria de la humildad- nos induce a no mostrar ninguna de nuestras debilidades. “No muestres tus puntos flacos”, dicta el orgullo. “Muéstrate tal cual sos”, clama la humildad.
Y nos equivocamos cada vez que nos empeñamos en mostrar la faceta exitosa de nuestra personalidad, porque el Señor en su Palabra dice: “Mi poder se perfecciona en tu debilidad...”
Esto quiere decir que cada vez que nosotros tenemos la grandeza de reconocer nuestra pequeñez; cada vez que tenemos la humildad de pronunciar la frase: “Esto no lo sé.”; o “perdón, me equivoqué”, cada vez que abramos las puertas de nuestro ser para mostrarnos sin caretas ni fingimientos, nos convertiremos en canales por donde correrá a raudales el poder de Jesucristo.
“En este momento clamo a ti, Señor. ¡Lléname con tu presencia! Quiero que me veas dentro de los quebrantados y humildes de corazón, porque de esa forma sé que habitarás muy cerca de mí”
Por Marcelo Laffitte