La centralidad que muchos cristianos otorgan al templo discrepa totalmente de la visión de Dios. Si hay un error capital en nuestra visión es pasarnos la vida dentro de los templos pensando que eso agrada al Señor.
Estamos errando el blanco de manera grosera si nos conformamos con encontrarnos cada domingo para cantar juntos unos coritos, seguir sumando mensajes escuchados y cosechar una dolorosa indiferencia de parte del barrio que nos rodea.
Si bien no tenemos que dejar de congregarnos, la idea de Dios es mucho más rica. En la mente de Dios nunca se gestó la idea de que nuestra vida girara alrededor de los templos, sino todo lo contrario.
Su deseo es que llevemos su justicia a todo el mundo, a cada oficina, cada taller, a cada aula de la universidad, a cada casa.
La centralidad del Evangelio es comprender y hacer la voluntad de Dios en cualquier lugar. Ser santos para que nos reconozcan en la iglesia no tiene sentido, lo importante es ser íntegros para ganar reconocimiento en todos los ámbitos de la sociedad y de esa manera poder ser escuchados cuando les hablamos de Cristo.
Yo advierto como una miopía que nos impide diferenciar lo importante de lo secundario.
Lo realmente importante es ser luz en todas partes. No solo en la iglesia.
Antes, se entendía por éxito el hecho de llenar las bancas de nuestra congregación. Hoy el significado se ha enriquecido: es colmar el templo de gente que pueda cambiar la sociedad que la rodea.
Dios está hablando de esto con insistencia en estos tiempos. ¿Lo estamos oyendo?
Completemos esto con una oración: “Padre, no quiero errar el blanco. Quiero entenderte. Necesito que me vuelvas a revelar tus planes para que yo pueda ser una herramienta de redención donde quiera que esté”.
Por Marcelo Laffitte
