"No muestres tus puntos flacos" dicta la soberbia

Todo cristiano va por la vida emitiendo señales. Son señales que lo delatan, que lo radiografían, que lo desnudan. Más allá de lo que él diga que es, su forma de pararse, su mirada, su actitud, su forma de peinarse, su manera de hablar y aún su forma de vestir estarán emitiendo los verdaderos signos de su personalidad. Y hay señales que están definidamente pegadas a aquellos hombres o mujeres de Dios que están llenos del Señor. En una palabra, hay señales que acompañan a las personas llenas del Espíritu Santo.

 

Una de esas señales es la humildad. Todo cristiano que esté viviendo cerca de Dios SERÁ HUMILDE... SEGURAMENTE. Y si la persona es humilde, el Señor estará complacido de habitar junto a ella porque se siente bien con “los quebrantados y humildes de espíritu” y porque “resiste fuertemente a los soberbios”.
 
Veo en la Biblia el caso de Moisés, -por nombrar sólo uno-. Era un hombre lleno del Espíritu Santo... ¡pero él sólo veía sus defectos y debilidades! ¡Así de humilde era!
 
Cuando Dios lo llamó a Moisés y le dijo: “Moisés, voy a liberar al pueblo de Israel de la cautividad de Egipto y he pensado en ti para que vayas al frente de ese éxodo masivo hacia la Tierra Prometida”, él se quedó atónito: “¿Y por qué te has fijado en mí, Señor? ¡Soy tartamudo...! Yo no estoy capacitado... busca a otra persona mejor que yo”.
 
Posiblemente Moisés no conocía un principio que Dios siempre aplica: cuando él nos envía a hacer algo, no nos dice: “Te envío a ti porque tú tienes capacidad”. En realidad, nos dice: “Ve tú, y no temas, porque yo iré contigo”. Y allí está el secreto del éxito. Porque, en realidad, “fuera de Dios nada podemos hacer”.
 
 
En Estados Unidos tuve ocasión de ver personalmente por segunda vez, al doctor Billy Graham. Fue un privilegio que Dios me regaló porque una vez más pude palpar la genuina, auténtica humildad que lo acompañaba. Era una reunión en Washington, donde predicaba un hombre joven. Y allí, en la plataforma, sentado en un costado, con sus largas piernas cruzadas, estaba este honorable evangelista a quien Dios le confió el honor de compartir el Evangelio a más de doscientos millones de personas en 185 países y ser el hombre que más almas ha llevado a los pies de Cristo en toda la historia de la humanidad (¡Vaya honor!). Aquel joven predicador, apasionado, instaba desde el púlpito a leer un versículo tras otro, y Billy Graham, que bien podría haber mirado a este joven de soslayo como diciendo: “Yo, todo eso que estás predicando me lo sé de memoria, muchacho”. En lugar de eso, asumió una actitud absolutamente diferente. Extrajo una libretita de su bolsillo y comenzó a anotar cada versículo, asintiendo con la cabeza... como si fuera un discípulo convertido una semana atrás.
 
El orgullo -que es la cara contraria de la humildad- nos induce a no mostrar ninguna de nuestras debilidades. “No muestres tus puntos flacos”, dicta la soberbia. “Muéstrate tal cual sos”, clama la humildad.
 
Cierro con dos textos bíblicos que expresan todo lo que nuestro Dios opina sobre la humildad: "Nada hagan por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás." Filipenses 2:3-4 (NVI).
 
"Porque el que a sí mismo se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido." Mateo 23:12 (NVI)
 
Por Marcelo Laffitte

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