La vida de Christine cambió a las 13h del 26 de enero de 2018, con 16 años. Ese día, acompañada por su amiga Rita y otras cuatro niñas de la escuela de Besanzón, cruzó la plaza Bab Tumas de Damasco cuando, de repente, el cielo estalló.
Cayeron cientos de proyectiles, las sirenas de las ambulancias sonaban por toda la ciudad y los heridos y muertos no paraban de llegar a los hospitales de la ciudad. Entre ellos se encontraba la joven estudiante de secundaria Christine.
Ese día se encendieron velas en todas las casas de Damasco y las oraciones se sucedieron sin interrupción durante toda la noche por los heridos y los supervivientes de este acto de barbarie, unas oraciones para quienes, en estos momentos difíciles, nada hay más importante que la fe y la esperanza colectiva.
“Si no perdonamos, no podemos vivir con el prójimo”
Tumbada en el mismo sofá durante casi cinco meses, Christine ha decidido romper su silencio y dar testimonio de lo que ha experimentado. “Las primeras horas fueron horribles, olía a sangre por todas partes, pero no me di cuenta de la magnitud del accidente”, confesó a Aleteia.
“Cuando llegué al hospital, empecé a darme cuenta, a comprender, a ser consciente de lo afortunada que era de haber sobrevivido, aunque me faltara una pierna. Ese era el precio a pagar, pero al menos estoy viva. Al darme cuenta de esto, no pude evitar sonreír a pesar de todo el mal que sentía y empecé a rezar a Dios para que yo fuera la última víctima de estos morteros… y para que les perdonara por sus actos”.