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La Vocación de Abrahán

“Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición” (Gn 12,1-2)

La aventura comienza cuando Abrahán se pone a buscar una tierra y una descendencia. No tiene hijos y su mujer es estéril. Y estando en Jarán, al norte de Mesopotomia, oye la voz de Dios que le dice: “Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una bendición” (Gn 12,1-2). En la vocación de Abrahán, como en toda vocación de signo religioso, es Dios quien toma la iniciativa, llama y elige.

Podemos decir que la historia de Abrahán discurre al ritmo marcado por Dios. La vocación no es ningún mérito personal, sino un don generoso de Dios. Es una iniciativa de amor. Se repite constantemente en el relato de Abrahán: “A tu descendencia daré…”. Dios le dará una tierra (Gn 12,7; 13,15). Le promete una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo o las arenas de la playa (Gn 15,5; 17,16). Hace con él un pacto, una alianza, en la que sólo Dios se compromete (Gn 15, 18ss).

¿Qué le pide Dios a Abrahán por estos dones y distinciones? Que se fíe de Él, que confíe en su palabra, que tenga fe y se ponga en marcha.

Abrahán no vacila en creer lo imposible y su fe alcanza recompensa; Sara, su mujer, tiene un hijo en la ancianidad: Isaac.

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