Y… ¿si perdonamos?

Habrá veces en que, si una persona nos hiere, nos traiciona o nos defrauda, no habrá que mirar ni prestar atención al daño que nos hizo, sino que tendremos que poner los ojos en la persona que lo causó. ¿Para qué?

Para tratar de ver qué dolor, qué angustia o que frustración la mueven para tratar de perjudicarnos. Esa sería una mirada profundamente cristiana.

Quizá llegues a la conclusión que esa persona no quiere hacerte daño, sino que, presa del sufrimiento de su alma, se siente impulsada a actuar de una manera que no quisiera. Esta también es una conclusión muy piadosa.

Es una conclusión propia de un creyente lleno del Espíritu Santo.

Generalmente, las personas que nos hieren u ofenden, viven con un gran dolor en su propia vida. Todo lo nocivo y tóxico que emiten, es una evidencia de lo que sienten en su alma.

¿Has pensado que en lugar de contraatacarla podrías brindar eso que está necesitando imperiosamente y que no es otra cosa que amor?

Sé que no es una tarea fácil, pero sé que es lo que al Señor le agrada.

Un joven que precisamente actuaba de esta manera me impactó tanto con su forma de ser, que terminé aceptando a Cristo de la mano de él.

Quienes pueden llegar a actitudes tan altas, seguramente han sido quebrantados y purificados por Dios. Y tú puedes ser uno de ellos.

A mí, personalmente, no me gustaría devolver, como los que no conocen a Dios, mal por mal., sino “vencer con el bien al mal”.

Y porque Jesús nos ordena “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; “más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14–15) .