La vida cristiana no es un llamado a quedarnos como estamos, sino a crecer, avanzar y madurar en nuestra fe. Cuando venimos a Cristo, comenzamos como niños espirituales, pero Dios espera que con el tiempo nos fortalezcamos, aprendamos y demos fruto. La madurez no llega solo con los años ni con el tiempo que llevamos en la iglesia; LA MADUREZ SE ALCANZA CUANDO DECIDIMOS OBEDECER A DIOS, DEJAR DE LADO LO QUE NOS ESTANCA Y PERMITIR QUE EL ESPÍRITU SANTO NOS TRANSFORME.