A lo largo de mi vida he podido observar los estragos que una identidad en contraposición al diseño original de Dios causa en la vida de muchas personas, ya sea por errores recurrentes, por creer que no son lo suficientemente buenas para ser amadas, por algún área de sus vidas que no han podido superar y que les hace sentirse demasiado avergonzadas, o simplemente por escuchar y creer lo que los demás dicen de ellas.
A pesar de la vasta literatura que existe sobre el tema, muchos aún continúan transitando esos desiertos sin esperanza, convencidos de que no tienen nada bueno para acercarse y mucho menos para ofrecer a Dios, tratando de llenar con otras cosas el vacío que hay en sus vidas, sin darse cuenta de que todos fuimos diseñados para relacionarnos con Dios, y que solo Él es la pieza que puede llenar ese hueco. No existe otra pieza que encaje de manera exacta, ¡solo Él!
Esta reflexión no se trata solo de lo que he percibido en otras personas, sino que yo mismo estuve en la misma situación: tenía una identidad errónea y ni siquiera lo sabía. Tras varios años dentro del cristianismo me había convertido en algo que defino como “un cristiano de tradición”, que solo sabía de Dios, pero que lejos estaba de conocerle. No me refiero al conocimiento intelectual, sino al conocimiento que viene como fruto de una relación íntima con Dios.
“Y la manera de tener vida eterna es conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste a la tierra”.(Juan 17:3, NTV)
Definitivamente hay una gran diferencia entre conocer y saber de Dios. La vida eterna comienza cuando empezamos a profundizar en nuestro relacionamiento con Dios por medio del Espíritu Santo.
Esto me recuerda la historia de un anciano minero, que pasó toda su vida buscando plata en las montañas del viejo oeste. Se obsesionó tanto con su búsqueda, que su esposa y sus hijos lo abandonaron. Cuando murió, la gente que asistió a su sepelio encontró entre sus posesiones una nota con instrucciones para sepultarlo bajo su tienda.
Mientras cavaban la tumba, apareció un material gris: se trataba de la mina de plata más rica en la historia de California. Esta mina se encontraba precisamente debajo de su tienda. El minero había sido millonario toda su vida, pero nunca pudo disfrutar de su riqueza, pues ni siquiera sabía cuán rico era. Nunca supo dónde se encontraba posicionado.
Lamentablemente a muchos nos sucede igual que al minero anciano, que pasó toda su vida buscando afuera lo que ya tenía adentro, y que perdió todo lo que tenía por encontrar cosas afuera, las cuales él ya tenía. El desconocimiento de algo nos impide poder disfrutarlo.
Dice la Biblia que Dios nos eligió antes de la fundación del mundo, que nos ha amado con amor eterno, que impregnó sus huellas digitales en nuestro ser al formarnos en el vientre materno, así como el alfarero moldea el barro en sus manos.
¿Realmente tenemos conciencia de que somos portadores de un valor eterno?
Dios nos eligió desde la eternidad para que no pensáramos que fuimos elegidos por algún mérito, conocimiento o habilidad personal. De otra forma, la idea de que estamos a prueba nos perseguiría toda la vida, debido al concepto de elección que nos hemos formado en lo natural.
Nosotros escogemos a los demás tomando como parámetro su conocimiento, talento o aptitud personal sobre algún tema o actividad específica. De este modo, la persona que elijamos bajo estos parámetros sabrá que cada día estará siendo evaluada, y dependiendo de su desempeño, eventualmente podrá ser despedida o reprobada.