Dios no se ha jubilado, Él trabaja

"No añores ‘los buenos tiempos’. No es sabio preguntar por qué los tiempos pasados fueron mejores que estos." (Eclesiastés 7:10 NTV) Qué versículo tan poco citado… y, sin embargo, ¡qué actual! Porque vivimos rodeados de personas —a veces nosotros mismos— que se pasan la vida mirando por el espejo retrovisor. Idealizan el pasado como si todo lo que ocurrió alguna vez hubiera sido mejor: la iglesia de antes, los pastores de antes, la música de antes, la juventud de antes… Y con esa actitud, cierran su corazón a lo que Dios quiere hacer ahora.

 

El sabio Salomón, inspirado por el Espíritu Santo, lanza esta advertencia: añorar el pasado no siempre es sabiduría, puede ser necedad. No está mal recordar con gratitud, pero vivir de recuerdos es como querer alimentarse hoy con el pan de ayer. El maná que caía en el desierto servía para un solo día; si lo guardaban, se echaba a perder. Dios quiere darte pan fresco, revelación fresca, unción fresca… pero eso requiere vivir en el presente.
 
Una vez un hombre me dijo con total sinceridad: “Qué hermosos tiempos los de mi juventud… Allí sí que me sentía lleno de Dios”. Y me pregunté en silencio: ¿qué lo impide ahora? ¿Acaso el Dios de los tiempos pasados dejó de obrar? No. Nosotros somos los que a veces cerramos la puerta al presente por estar añorando un ayer que ya no vuelve.
 
 
Dios no se ha jubilado. Él sigue llamando, sigue hablando, sigue obrando. Jesús lo dejó claro: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17). ¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos a trabajar con Él hoy, o preferimos quedarnos sentados contando anécdotas de 1997?
 
A quienes se pasaron la vida mirando hacia atrás, Jesús les dijo algo fuerte: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62). El Reino avanza. Dios no es un Dios de museo, sino de movimiento.
 
No confundamos memoria con ancla. Recordar lo que Dios hizo es bueno si nos impulsa hacia adelante, pero es dañino si nos deja atados a un tiempo que ya pasó. El apóstol Pablo tenía claro esto: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta…” (Filipenses 3:13-14).
 
Dios tiene cosas nuevas para vos. Él mismo lo declara: “He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis?” (Isaías 43:19). ¿Te das cuenta? La pregunta no es si Dios quiere hacer algo nuevo, sino si vos estás dispuesto a reconocerlo.
 
Una vez conocí a una mujer de más de 80 años. Había sido líder de mujeres, maestra bíblica y referente espiritual en su comunidad. Cuando le pregunté cómo vivía su fe en esta etapa de la vida, me miró con una sonrisa luminosa y me dijo: —Mi querido, a esta edad ya no corro como antes… pero camino con más profundidad. Ya no organizo retiros, pero tengo más tiempo para orar por quienes los dirigen. Ya no enseño en un aula, pero tengo un grupo de WhatsApp con veinte mujeres jóvenes a quienes acompaño a diario. ¿Sabés una cosa? Nunca me sentí tan útil en el Reino como ahora.
 
Esa respuesta me conmovió. Porque confirma que el mejor tiempo de un creyente no depende de la edad ni del ritmo, sino de la disposición a ser parte de lo que Dios está haciendo en el presente.
 
Así que no vivas de recuerdos. El pasado fue un regalo… pero el hoy también lo es. Y Dios —el eterno “Yo Soy”— no escribe en pasado. Escribe en presente.
 
Por Marcelo Laffitte

Suscríbete a nuestro boletín de novedades

Te vamos a comunicar lo más destacado.
Solo una vez por semana te enviaremos notas seleccionadas de nuestra web.