Se acerca el final de otro año, y con él, ese momento en el que muchos hacemos un balance de lo vivido y comenzamos a proyectar lo que queremos para el próximo. Es un tiempo en el que abundan los deseos, las resoluciones y las promesas: "Este año voy a orar más", "Voy a pasar más tiempo con mi familia", "Voy a servir en la iglesia", "Voy a cuidar mejor mi salud".
No hay nada malo en desear cosas buenas o en fijarse metas. El problema surge cuando esas promesas se convierten en palabras vacías, que olvidamos apenas las escribimos en nuestra lista de propósitos. ¿Cuántas veces hemos repetido los mismos deseos, año tras año, sin hacer nada concreto para cumplirlos?
La Palabra de Dios es clara al respecto:
"Mejor es no prometer que prometer y no cumplir" (Eclesiastés 5:5).
Es tiempo de ser honestos con nosotros mismos y con Dios. Las resoluciones vacías no solo nos decepcionan a nosotros, sino que también nos alejan de una vida auténtica.
En lugar de llenar nuestra lista de cosas que "nos gustaría" hacer, deberíamos preguntarnos:
1. ¿Qué propósito tiene Dios para mí en este nuevo año?
2. ¿Qué área de mi vida necesita realmente un cambio?
3. ¿Estoy dispuesto a comprometerme y actuar?
Jesús nos recuerda que no basta con decir las palabras correctas, sino que debemos ser personas de acción: "Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos"(Santiago 1:22).
Tal vez el problema no está en las promesas, sino en que a veces son demasiado grandes o abstractas. En lugar de prometer "cambiar todo", podríamos enfocarnos en metas pequeñas pero significativas, como:
• Pasar 15 minutos al día en oración y lectura de la Biblia.
• Dedicar tiempo semanal a servir en la iglesia o en la comunidad en alguna obra social.
• Agradecer a Dios cada noche por tres cosas específicas.
Como dice Zacarías 4:10: "Porque ¿quién ha menospreciado el día de las pequeñeces?" Dios puede hacer grandes cosas a través de pequeños cambios constantes en nuestras vidas.
Muchas veces, nuestras promesas de Año Nuevo se centran en cosas pasajeras: bajar de peso, ahorrar más dinero, viajar.
Pero como cristianos, deberíamos recordar que nuestra prioridad son las cosas que tienen valor eterno:
"Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6:33).
En lugar de prometer cosas que olvidaremos, hagamos un compromiso con Dios para vivir cada día en Su propósito, confiando en que Él nos guiará en el camino.
Este fin de año, en lugar de repetir las mismas promesas de siempre, te invito a que hagas una pausa y reflexiones. Pregúntate: ¿Qué espera Dios de mí en este nuevo año?
Luego, en lugar de hacer grandes declaraciones, comienza con pasos pequeños, firmes y guiados por el Espíritu Santo.
Recuerda la promesa de Filipenses 1:6: "Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo."
Dios no te pide que hagas promesas perfectas, sino que camines con Él, día a día, en fidelidad. Que este año no sea otro año más de promesas olvidadas, sino el comienzo de una vida transformada.