La prueba de Moisés

“¿Qué puedo hacer con este pueblo? Por poco me apedrean” (17, 4).

A pesar de todo, cumplir esta misión le costará a Moisés lucha, sudor y sangre. La salida fue difícil.

El Faraón no podía tolerar que se le escapara una mano de obra tan barata. Al fin, el Faraón cede y los hebreos con Moisés al frente, abandonan Egipto, pasan el mar Rojo a pie enjuto, mientras que el ejército egipcio perece bajo las aguas.

Es el éxodo, la liberación de Israel. Pero donde Moisés encuentra la prueba decisiva no es fuera sino dentro. Fue la dureza de su propio pueblo, la desconfianza de sus her- 16 17 manos, el gesto distante de quien no acepta un gesto de libertad.

El pueblo mismo no tiene conciencia de su presión: cuando se fuerzan sus trabajos, se pliega a ellos; cuando se le hace ver la situación de esclavitud en la que vive, se revela contra quien le abre los ojos (Ex 5, 6-21). Nunca Moisés recibirá un poco de aliento de la comunidad a la que se entrega; jamás conocerá el aplauso o el reconocimiento que reconfortan. Desde el principio hasta el final le hará compañía la interminable queja de sus hermanos. Pero el desaliento no hizo presa en Moisés. a) La primera crisis vino cuando nada más salir de Egipto se encontraron delante el mar y detrás el ejército del Faraón. El miedo hizo que los fantasmas se despertasen: este es un camino de muerte, se decían unos a otros; habría sido preferible morir en Egipto, porque no hay cosas más dura que morir en tierra extraña, ya que solo las fieras mueren en el desierto. Se cuestionaba a Moisés, y se distanciaban de él; ya que se lo habían advertido antes. La conclusión resonaba clara: es preferible una paz con esclavitud que una libertad con el sobresalto de lo desconocido que hay que afrontar.

¡Qué difícil fue el camino por el desierto! El primer disgusto vino con la primera aurora, y el motivo fue el más lógico: la sed (Ex 15, 22- 27). Pero, en el fondo, el disgusto no lo motivó tanto aquella agua salobre y ácida que había que beber, sino algo más de fondo: la conciencia de que el desierto no podía ser camino de vida. b) La segunda crisis sobrevino, también de modo lógico, por el alimento. Pero la postura de fondo era otra: es mejor la esclavitud con alimento que la libertad con carencias. Y la acusación como un dardo se clavaba en el corazón de Moisés: nos ha sacado para morir, Dios mismo se veía afectado: ha convocado a la comunidad para destruirla, y el camino que le ofrece es una senda de muerte (Ex 16,1-8). Pueblo de “murmuradores”, así será conocida esta comunidad (Sal 94; Jn 6). El alimento, codornices y maná, se les dio en la noche (Ex 16, 9-29), símbolo de su misma noche. Dios cuidaba a su comunidad, aunque este cuidado pareciera de poca monta a quienes murmuraban siempre. No entendían que Dios se da en la sencillez de la historia, en lo oculto del grupo. La murmuración se alió con la tentación en la fuente de Meribá (Ex 17,1-7). Fue una pretensión de combate con el mismo Dios.

Ya no 16 17 se aceptaba que hubiera alimentos de pobreza, sino que también se trataba de imponer a Dios un plan de acción. Seguramente Moisés sufrió más por Dios que por él mismo. El interior de la comunidad estaba enfermo por eso generaba litigios y ponía zancadillas. El pueblo de Moisés era un pueblo que no aprende. Sabían que “la nube del Señor iba sobre ellos” (Nm 10,34), pero ellos no valoraban esa protección. Y, especialista en murmurar, era la suya una continua queja: “¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los melones y pepinos y puerros y cebollas y ajos! En cambio ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná” (Nm 11, 5-6). Dios los atiborraría a carne de codornices y, con el último bocado en la boca, reventarían como glotones (Nm 11,31-35). No aprendían, porque se aprende con el corazón limpio y acogedor, y el suyo era un corazón que seguía aún en Egipto, en la esclavitud. El temple de Moisés fue puesto a prueba cuando se desató una escala de asalto a su liderazgo. Sus mismos hermanos, Aarón y María, se vieron envueltos en ese torbellino del poder con el pretexto de que Moisés tomó por segunda esposa a una mujer cusita (Nm 12,1ss).

Dios mismo sacó la cara por él, y Moisés fue generoso una vez más intercediendo y curando a su hermana, aquejada por el castigo. c) Pero el motín más grande fue el desatado por el asunto de la exploración de la tierra a la que se dirigían (Nm 3,6) El informe que se presentó a la comunidad fue distorsionado, desacreditando la tierra que se había explorado, por el miedo y por el sueño, aún no olvidado, de volver a Egipto: era el grito de los amotinados: “Nombremos un jefe y volveremos a Egipto” (Nm 14,4). Volvieron a tentar a Dios, a su capacidad de acompañamiento, con el socorrido tema del agua antes de abandonar las fronteras del desierto para internarse en la zona poblada de la tierra de Canaán: tuvieron agua, pero tanto Moisés como Aarón cayeron en la condena de no pisar la tierra prometida por la desconfianza que supone golpear “dos veces” la roca, ya que con una hubiera bastado (Nm 20, 1-13).

No aprendían, porque la dura lección no era la aspereza del desierto que, mal que bien, habían logrado transitar, sino el corazón de un Dios que acompaña en fidelidad.

Editora del Sitio
"Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar. Sobre ti fijaré mis ojos..."

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