Lo que das, te lo das. Lo que no das, te lo quitas

Muchos saben bastante de Lutero, pero pocos le conocen esta frase tan real y tan inteligente: “Usted no es solamente responsable por lo que dice, sino también por lo que no dice.” ¡Tremendo! Porque a veces, por no hablar a tiempo, se enfría un vínculo, se frustra una ayuda, o se pierde una oportunidad de consolar.

 

El sabio lo dijo así: “Como manzanas de oro en bandejas de plata, así es la palabra dicha a su tiempo” (Proverbios 25:11).
 
Otro que dejó frases contundentes fue el brillante escritor uruguayo Eduardo Galeano. Esta es de las que vale la pena memorizar: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas… puede cambiar el mundo.” Y uno piensa en eso y se da cuenta de que Jesús eligió a doce hombres comunes. Ninguno era famoso. Ninguno tenía seguidores en redes. Pero esos doce —en lugares pequeños— cambiaron el mundo.
 
“Lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios… para que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:28-29).
 
Citando frases que dicen mucho con pocas palabras (sí, soy un enamorado del poder de síntesis), va esta otra: “Lo que das, te lo das. Lo que no das, te lo quitas.”
 
Parece un juego de palabras, pero es pura verdad. Dar no nos empobrece, nos expande. Nos hace más humanos, más parecidos al Dios que “tanto amó al mundo que dio…” (Juan 3:16). Cuando uno da, algo de uno se queda en el otro. Y algo de Dios se queda en uno.
 
Hay una frase que repetimos siempre con Hilda. Para nosotros, es la mejor definición de “amar” que conocemos: “Amar es entrar en la necesidad del otro.” No es solo sentir, es involucrarse. Es ponerse en los zapatos del otro, cargar su mochila por un rato, llorar con sus lágrimas y celebrar con su alegría.
“Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2).
 
Otra, muy buena también, dice así: “Se tienen menos necesidades propias cuando se sienten más las ajenas.” Qué cierto es. Cuando uno se ocupa de ayudar, de abrazar, de escuchar, los propios problemas se achican. No desaparecen, pero ya no ocupan todo el escenario. Porque hay algo sanador en salir de uno mismo.
 
En la escuela aprendí algo muy importante para un escritor: que las partes de una oración son el Sujeto, el Verbo y el Predicado. Pero al conocer a Cristo, supe que el secreto de la Oración está en vivir Sujeto al Verbo, en todo lo que Él ha Predicado. No me digas que no es perfecto...
 
Podría seguir citando frases, porque hay muchas que valen más que largos discursos. Pero lo más importante no es cuántas conocemos, sino cuáles decidimos vivir. Hay frases que solo se oyen… y otras que nos transforman.
 
Que esta columna no termine aquí, sino en tu corazón, cuando alguna de estas frases te inspire a actuar distinto, a hablar mejor, a amar más. Porque, en definitiva, lo que hablamos, lo que decimos, lo que repetimos… dice mucho de quiénes somos.
 
Porque, al final, no somos lo que decimos… somos lo que hacemos con lo que escuchamos.
 
Por Marcelo Laffitte

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