Todos nosotros tenemos dos formas de vida: una vida pública que todos ven porque estamos rodeados de gente y otra vida íntima, privada, que solamente nosotros y Dios conocemos. Generalmente, en esta segunda forma de vivir, suele aparecer nuestra auténtica personalidad, mientras que, en la primera, la pública, apelamos a recursos que maquillan, disimulan o modifican muchas de nuestras debilidades o defectos. Es en esta dimensión donde no son pocos los que caen en una gravísima hipocresía.