Tu vida depende de lo que cultivas en lo secreto de Dios

Todos nosotros tenemos dos formas de vida: una vida pública que todos ven porque estamos rodeados de gente y otra vida íntima, privada, que solamente nosotros y Dios conocemos. Generalmente, en esta segunda forma de vivir, suele aparecer nuestra auténtica personalidad, mientras que, en la primera, la pública, apelamos a recursos que maquillan, disimulan o modifican muchas de nuestras debilidades o defectos. Es en esta dimensión donde no son pocos los que caen en una gravísima hipocresía.

 

Justamente, por estos días, los argentinos estamos descubriendo, estupefactos, el escandaloso contraste de las dos formas de vida del ex presidente de la Nación, Alberto Fernández.
Mientras en su vida pública “vendía” la imagen de una persona moderada, en su dimensión íntima lucía una falta absoluta de dominio propio. Mientras en la face exterior alardeaba de ser un férreo defensor de los derechos de la mujer, en su esfera interna insultaba, golpeaba y humillaba a su mujer. Felizmente sobreabundan las pruebas, todo está saliendo a la luz y no serán fáciles sus días y años futuros.
 
Como hijos de Dios debemos saber tres cosas claves relacionadas con este tema:
 
Primero, que el Señor no mira ni se impresiona por nuestro exterior, sino que solo examina nuestro corazón.
Dice 1 Samuel 16:7: “El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón". Aquí la palabra explica que lo que realmente define nuestra relación con Dios no son nuestras acciones externas, sino nuestras intenciones y nuestra comunión en lo secreto.
 
Esta verdad sustenta fuertemente la segunda cosa clave que está muy bien sintetizada en este pasaje: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida" (Proverbios 4:23).
 
La integridad personal se muestra en lo que hacemos cuando nadie nos está observando. Si nuestro corazón está alineado con Dios, nuestras acciones reflejarán esa verdad, tanto en lo público como en lo privado.
 
Y la tercera cosa clave está ligada a una frase que le adjudico a Luis Palau y que dice: “La vida en secreto es el secreto de la prosperidad espiritual”. Y el Salmo 1:1-3 lo reafirma porque deja en claro que la prosperidad espiritual viene de lo secreto. Del que medita en la Palabra “de día y de noche” y que se asemeja a un árbol plantado junto a corrientes de agua. "Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará".
 
¿Y cómo llegar a ese estado ideal? La meditación constante en la Palabra de Dios es algo íntimo y personal, y esa es la fuente de nuestra fortaleza y prosperidad espiritual.
 
Concluyendo: La prosperidad espiritual no es una cuestión de apariencia o de lo que otros piensan de nosotros, sino de lo que cultivamos en lo secreto con Dios. Nuestra vida en secreto es el fundamento que sostiene todo lo demás, y es ahí donde Dios moldea nuestro carácter, nos habla y nos guía hacia una verdadera prosperidad espiritual.
 
Por Marcelo Laffitte

Suscríbete a nuestro boletín de novedades

Te vamos a comunicar lo más destacado.
Solo una vez por semana te enviaremos notas seleccionadas de nuestra web.