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Entender al que vuelve a amar...

Conozco a varias personas que, luego de enviudar, se han vuelto a enamorar y recomenzaron romances maravillosos que les han permitido transitar la madurez acompañados y comprobando que el amor no tiene edad.

 

Desde muy jovencito me ha gustado pasar tiempo conversando con personas mayores. Creo que siempre supe que había en ellos una fuente llena de sabiduría y de anécdotas realmente atrapantes. Cuando íbamos al mar con cierta frecuencia, Hilda sabía que podía encontrarme dialogando largamente a orillas del agua con algún hombre entrado en años.
 
Y creo que me deleitaba de manera muy especial cuando me relataban la forma en que volvieron a enamorarse y casarse luego de la partida de sus esposas.
 
Así pude saber que el amor no envejece nunca sino todo lo contrario, se enriquece cuando alguien ha sabido amar porque eso le añade una cualidad muy valiosa que es la experiencia, una experiencia llena de la sabiduría que otorgan los años.
 
Es que el cuerpo envejece, pero no el amor que une a un hombre y una mujer como pareja. El amor es un capital que permanece lozano y fresco a pesar del tiempo y bastará que alguien especial golpee a esa puerta para hallar una respuesta sensible y amorosa.
 
 
Esto explica por qué hombres y mujeres sienten la necesidad de volver a formar una pareja. Lo lamentable es que no siempre los seres queridos comprenden la necesidad del anciano de amar y ser amado.
 
He sabido de situaciones muy tristes generadas por el egoísmo de los hijos. Incapaces de comprender el dolor lacerante que produce la soledad, terminan incluso con la propia relación con sus padres y dejan de hablarse luego de criticar, insensiblemente y con mucha crueldad, lo que puede ser una hermosa relación de amor. “Esa mujer no te quiere, solo le interesan tus bienes”. “Déjate de hacer ridiculeces a tu edad” “Estás actuando como un adolescente” “Si siempre has sido un hombre serio, qué te pasa ahora?”. Estos son algunos de los dolorosos calificativos que usan algunos hijos y que lastiman de manera muy cruel a sus padres.
Otros, demostrando una ignorancia supina, los acusan de faltas absolutamente incoherentes: “Estás traicionando a mamá” “Nunca vamos a aceptar a otra madre” y terminan sepultándolos con sentencias incomprensibles: “Para nosotros has muerto” “Nunca más nos dirijas la palabra”.
 
 
Esto adquiere mucho mayor dramatismo cuando sucede en hogares cristianos, donde el amor tendría que ser la moneda de cambio.
 
Pero hay otras realidades. Tengo dos pastores amigos que formaron pareja al enviudar, se casaron, encontraron una preciosa atmósfera de comprensión en sus familias y hoy las veo llenas de felicidad prodigándose amor y acompañándose en el último tramo del camino.
 
Por Marcelo Laffitte

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